20.4.10

GUISO DE ZAPALLO.

GUISO DE ZAPALLO


Con Héctor nos conocemos desde el parvulario. En ese tiempo la mamá, que era una simpática señora, lo apodaba como de entre casa: Piquito. Al cursar la primaria lo llamábamos por su nombre real: Héctor. Nombre perdurable hasta el día que nos encontramos para empezar los estudios secundarios. Para los que lo conocíamos casi desde la época del chupete, no era el de antes. Hablaba con vozarrón de hombre. Había crecido. No un crecimiento limitado a la estatura. Los tres meses de vacaciones, lo habían remodelado. Maduró mientras el resto permaneció navegando en tonterías.
— Falleció la madre.— Nos aclaró una compañera que vivía en su vecindario.
Se convirtió en el amigo por excelencia. El grupo mixto se reunía temprano a la mañana, para estudiar juntos. Nos resultaban fáciles la historia, la geografía o los idiomas. La guerra era contra las matemáticas, la física y la química que eran el fuerte de Héctor. Tenía más paciencia que Job para hacernos entender fórmulas. Desentrañaba raíces cuadradas velozmente, en una época que nadie presentía que algún día esas complejidades las resolvería una humilde cajita con trajecito negro.
Lila, mi amiga del alma, vivía en la casa contigua a la de mis padres. Era chispeante. Tenía una facilidad enorme para enamorarse: de un actor de cine; de un profesor de buena planta pero odioso, del atlético maestro de gimnasia...Hasta que colocó sus ojos sobre Héctor.
— ¿Ustedes no se fijaron?. —Dijo arrojando los cuadernos sobre la mesa...Héctor tiene mirada de dormitorio...
Paramos de reír cuando apareció en la puerta el susodicho. Desde ese mismísimo instante, lo apodamos: MDD. Por mas que nos persiguió, amenazándonos con abandonar la aclaración sobre el benceno de Kekulé, o los enunciados Pitagóricos, no logró arrancarnos la razón del apelativo, susurrado entre dientes. La época del secundario es la más preciosa de la juventud. Como todo lo bueno se nos fue en un soplido. Me contaron que Héctor había partido hacia otra provincia, a estudiar arquitectura donde su padre era veterinario. Nuestros caminos se bifurcaron. Elegí la medicina. Carrera que tenía una facultad en nuestro pueblo.
Apenas obtuve el título, me sorprendió la fortuna, esquiva si la perseguimos e inesperada si no le prestamos demasiada atención. Un hermano de mi madre falleció sin dejar herederos reales. Cuando enfermó, me convertí en su médica clínica. Le recomendé un par de buenos especialistas, que llegaron tarde. No había mucho por hacer. Para sorpresa de todos, cuando abrieron el testamento, me había nombrado su heredera universal. Vivió como un ermitaño, sin comer huevos para no tirar las cáscaras. Austero, cabizbajo y metido hacia adentro como una tortuga miedosa de vivir. En medio del duelo, supe de su peregrinar por este mundo y sentí compasión por sus soledades y me recriminé no haberle prestarle más atención mientras estuvo vivo.
Me legó una enorme casa antigua, descascarada y deslucida pero sólida. Rodeada por un terreno sorprendente, con plantas antiguas bien cuidadas, que me iluminaron de lleno el corazón.
Lila, que se casó con un novio que además de mirarla con ojos de dormitorio tiene buenas y expertas manos para la caricia, me cuenta que MDD, al que encontró en una conferencia, dirige un próspero estudio de arquitectos jóvenes…Que le pidió el teléfono de los amigos, que nos quiere ver.
Nos vemos. Notable. Nos reímos como si jamás nos hubiéramos separado. Lo arrastro a ver mi casa. Le encanta. Le encargo las modificaciones. Algunos arquitectos tienen el don de darse cuenta que los hogares serán el contenedor estructural y emocional que una mujer precisa. El caserón conserva el viejo estilo. Adentro, los cuartos son espaciosos, aireados. Con la luz natural colándose libremente por los ventanales. Los baños son grandes, confortables. La cocina no es moderna. MDD baja los techos con listones de madera. Libero mi imaginación y cuelgo de él mi cacharrería de cobre para cocinar, una brujita de paja con una larga cola y la infaltable ristra de ajos rematada en un moño rojo. Folclore basado en la inocencia: los ajos ahuyentan a las malas ondas.
Mientras dura la remodelación, comparto mi tiempo libre de trabajo con el recuperado MDD. Salimos a comer con los amigos rescatados. Colgamos juntos en las paredes de la sala las reproducciones que elegí: Un Klimt que ejerce sobre mí un atractivo casi visceral, ásperamente censurado por mi padre. Mi padre que me ama y se resiste a soltar mi mano. (Menos mal que no encuadré el fascinante Nuda Veritas, o el desnudo de Egon Schiele). Le hubieran provocado un infarto. Ponderan el luminoso Monet soñado por el pintor al borde de un estanque, que se enfrenta, en los muros, a una litografía increíble de Picasso en su época azul. El cuadro me lo regaló mi arquitecto, que defendió con coraje y mejor gusto que yo, cuál seria su sitial definitivo.

— Aquí tengo los planos del jardín. —Los extiende sobre una mesa y me observa socarronamente. ¿O lo imagino?
La subversión calienta mis mejillas. Simulo que los estudio. Héctor es paisajista, de los buenos. Pero...Me atolondro buscando explicar cual ha sido, desde niña, mi sentimiento respecto de la naturaleza. Detesto el arte al que llaman Bonsai. Creo que un árbol o una planta, corresponden a un diseño perfecto, que no debe ser trastocado en su forma o crecimiento ni por la mejor ingeniería agronómica del mundo. Que los famosos jardines franceses, recortados a mansalva, alineados como para entrar en guerra nunca me gustaron...
— Héctor. —Acudo a mi mejor y convincente tono de voz.— Realmente, sos un maravilloso paisajista...
Carraspeo. Este tipo me paraliza. No lo quiero ofender, pero este…! No es mi jardín!..¿Parezco o soy realmente una tarada?...Acotando: ¡Yo quiero otra clase de jardín! No emito palabra, pero MDD me entiende.
Tranquilamente, envuelve su rollo con los planos. Me mira...y descubro su famosa, cálida, envolvente mirada…La perturbación que siento me agarrota. ¿MDD...siente lo que yo siento...o los ratones son de mi exclusiva pertenencia?
—No te aflijas…— Dice con perfecta humildad…—Haremos el jardín como te guste...No vamos a disentir, cuando todo resultó tan hermoso.
Lo miro a los ojos. No hallo ni enojo ni dignidad herida. Lo que creo ver, me hace hablar hasta por los codos, simulando entusiasmo para ocultar mi entrevero emocional.

Cuando terminamos, sentarse en las galerías es una gloria. Dejamos en su sitio una magnolia grandiflora y la maraña de las bougambilias contra los muros del fondo. Del techo de .la galería que da a la cocina, colgamos cadenas que sostienen macetones con helechos plumosos. En la pérgola enredé unas glicinas y plantamos dentro del mismo pozo tres colores diferentes de laurel. En un vivero de las afueras rescatamos cuatro variedades de jazmines olorosos y unos diminutos rosales. En un lugarcito especial, una variedad de plantitas aromáticas para mejorar el sabor del aliño de las ensaladas. En otro, elegido al azar, los tallos altos de las flores de pájaro amarillean, elegantes.
— Tu jardín es un despelote. — Lila no mejoró el vocabulario, ni le importa. Suelta una de sus carcajadas, me mira y sigue:— Un desvarío vegetal, que me encanta. Este banquito aquí...medio escondido... ¿No lo tienta a MDD?
Lila habla y se lleva la mano a la pancita que ya se nota. Tiene un marido Manos Hábiles, que la contiene de cabeza a pies. Al rato entran Edina y Valentín. Los invitamos a comer guiso de zapallo. La comida la prepara Héctor. Es una receta que trajo del campo, fácil de preparar: Un zapallo de regular tamaño...Con un serrucho, se separa una tapa…como la tapa de una cacerola. Se quitan las semillas y se lo lava muy bien.. Mientras, colocás en una sartén honda, aceite de oliva, dos cebollas medianas...Se reabogan en el aceite, a fuego controlado. Agregás tres dientes de ajo, medio kilo de carne muy tierna, picada a cuchillo...Tomás dos choclos frescos y les sacás el grano con un cuchillo...Volcás todo dentro de la sartén...Aderezás según tu gusto...No olvidar tres hilitos de azafrán...Entretanto, sobre una plancha, introduces tu zapallo tapadito dentro del horno suave...Si te agradan, también podés poner dos zanahorias ralladas...Nuestro zapallo debe estar caliente para recibir su relleno. Se calcula el número de comensales, para el arroz. Una tacita de arroz lleva tres tacitas de agua... Se vierte el guisado dentro del zapallo, lo llevás al horno...vigilando. El horno, con temperatura media, pues la comida contiene elementos que necesitan tiempo de cocción. Héctor termina la receta, que Edina copia para no olvidarla.
— ¡Vamos a poner la mesa! —Propongo alegremente a mis amigas.
Héctor nos detiene: — Esta comida es campestre...Usemos la mesa del jardín. Sin sillas. Esta madera gruesa, va al centro, para apoyar el zapallo...Copas para el vino tinto...Una cuchara para cada uno, las servilletas... Todo listo!
Comimos parados, cada uno con su cuchara, divertidos como en los viejos, viejos tiempos. Sabrosa la comida. De buen cuerpo el vino. Mi alocado marco jardinero, de fondo. Uno de esos ratos que ambicionamos almacenar en la hucha de los recuerdos, como avaros.
— Inesita...— Lila me sopla en el oído.— MDD te mira con ojos...ya sabés...
Enrojezco. Hace rato que me dí cuenta. Lo que Lila no sabe todavía es que el sentimiento es mutuo y presiento que cuando lo soltemos, será tan voraz como un incendio.

Durante nuestra larga vida en pareja, compartimos muchos guisos de zapallo con amigos. A esta primera vez la recuerdo porque caí en la cuenta, ese famoso día, cuan grata era esta presencia moviéndose en mi cocina...y metiéndose en mi corazón. Si alguien quiere enamorarse...copien la receta del guiso de zapallo. No olviden pelear por su jardín...y seleccionen con cuidado y tino un buen ejemplar de MDD.

CARMEN ROSA BARRERE.