15.12.09

NAZARENO, FUISTE.

Rocío lloriquea, limpia el goterón que cuelga de su nariz, ata el cordón de su zapatilla y se frota los ojos. Una noche entera de desvelo, con la cara del Nazareno del flechazo, pinchada con un alfiler en pleno centro del desvarío nocturno. Sigue frotando hasta que le duelen los párpados, sin conseguir la mágica desaparición del impávido y mentiroso infiel. Muy por el contrario; se vuelve hacia ella burlándose con un: — Pero nena, no te pongas así…acordáte que nunca te prometí nada…
Este imposible cotidiano es una verdad irrefutable. Cuando una mujer se enamora, da por sentado que si el amado no promete es porque es tímido. O está inseguro de poder mantener una familia. O está comprometido colaborando con la madre a criar los hermanos menores…O…O…Y la atontada momentánea le sigue la corriente un poco por ingenuidad y otro tanto por lo que grita su centro femenino, en un alarido de pura calentura brotando desde la intensidad sin murallas de su primer, gran desborde amoroso.
Rocío se detiene fugazmente frente al espejo, viéndose distinta y fea. Su cara aparece quebrada, desdoblada, asimétrica. Como si el cristal estuviera partido en dos mitades, una más alta que la otra. La derecha, lanza una mirada perversa. El ojo entrecerrado bizquea. La comisura de los labios cae como en la horrenda caricatura de la bruja come niños de Hansel y Gretel. Este fugaz examen aumenta su desánimo. Toda mujer abandonada cree que la otra es más linda, mejor amante o más inteligente. La mañana es un desastre. El peine cae detrás del inodoro. Paciencia. Otro lo juntará. Alguien de la casa que se conserve a salvo de extravíos amorosos.
Un día leyó por ahí que el tiempo tal como lo medimos los humanos no existe. Que del ayer se aconseja conservar lo que nos hizo bien. Rocío sabe que lo bueno, empujado por el masoquismo de la desventura, desaparece dando manotazos de ahogado. Que lo que fue alegría, goce del contacto, sonido de la risa a dúo, insinuación festiva del “otro”, no se disipa de la memoria sencillamente. De acuerdo a la sensibilidad de cada uno, lo que fuera mágico, sigue prendido y reaparece escuchando una música o repasando el ayer que pretendíamos eternizar. El presente tiene una fugacidad tal, que termina, inexorablemente, cayendo de cabeza en el doloroso pasado. De lo porvenir, mejor no hablar. Una burbuja. Una ilusión. Un castillo de naipes que se derrumba cuando aparece en escena con rol de primera actriz, la otra. Que si somos rubias, puede ser pelirroja. Y si somos morenas, ésta será negra como el ébano, con cuerpo de guitarra y sonido de violín en concierto de oboe. La arpía se filtra porque en la pareja que creíamos ideal…hay una hendidura por la cual colarse.

Rocío camina rápido hacia la casa de su maestra de relajación. Distante a seis cuadras de la suya. Antes, las recorría volando. Feliz. Acariciaba al gato con moño de la ventana de Irene, canturreaba aunque lloviera. Esta mañana las piernas son de plomo. El tobillo refunfuña cuando el pie tropieza con un desnivel de la vereda. Ella votó al nuevo Intendente, que aseguró, entre otras promesas, que se ocuparía de obligar a los propietarios su inmediata reparación. Un cuentista de hadas, el enrulado y rubio candi-dato. La calle tiene los mismos baches. La acera conserva las añosas baldosas flojas, que sueltan risotadas cuando las pisan los desprevenidos. Salpican pantalones claros. Enlodan las suelas de los zapatos. Rocío no tiene ganas de reír, pero asocia el momento con la fisonomía del actor de la película” Mejor Imposible”. Dueño de un rostro multifacético que le permite lujos de actuación inimitables. Actúa como un maniaco impulsivo compulsivo, desfasado en algún rincón de la cabeza. Con absoluta precisión, Rocío lo entiende. Cualquiera se vuelve lunático y se harta en estos días.
Para qué ocuparse de los rastros que dejan los amorosos pichichos, que los amantes de las mascotas pasean apenas sale el sol. A las diez de la mañana, la fetidez los delata si se transita con el olfato en la plenitud de sus funciones. El barrio, que siempre le gustó, esta mañana le parece una verdadera caca.
Rocío sabe que se las toma con el Intendente para descargar de alguna manera, la cólera y el dolor que la carcomen. Porque los perros le gustan. Y el cielo está límpido, a pesar de su corazón, que la incita a velarlo con celajes amenazadores.
Por fin, el portón de la casa de su maestra. Hay dos bicicletas y el cochecito de Luciana, estacionado contra el cordón. Llega algo tarde. Entra en puntas de pié.
Marina — la Instructora — habla con esa vocecita entrenada para sosegar a sus discípulos. Sería una modelo estupenda para pintar el cuerpo de una persona en estado de total distensión. La cabeza canosa, que termina en un rodete pequeño, ajustado contra el cuero cabelludo. La postura de los hombros. Redondeados encantadoramente hacia abajo, como las Madonas Renacentistas. Recorriendo el cuerpo de Marina, los ángulos no existen. Ningún vestigio de tensión. Todo en su apariencia parece alargarse, deslizarse, con la misma naturalidad que corre el agua hacia niveles bajos.
Rocío busca la última silla. Sus compañeros ya están con los ojos cerrados. Inspiran hondo “sin permitir que una plumita imaginaria se sacuda al paso del oxigeno”. Hondo pero sin alardes. La exhalación — cuando ya se mantuvo hiper ventilada la zona abdominal — debe ser larga. “Lo mas larga posible”. Rocío intenta cerrar los ojos. Los párpados no responden. Están rígidos. Duros como dos huevos puestos a hervir dentro del agua. Reacomoda la cola. Hace diminutos giros con la cabeza. Las tensiones del cuello se quiebran como cristalitos afilados. Ahí aparece Nazareno. Sonriendo, con la barbilla erguida. Odia a Nazareno. Detesta haber venido a clase.

— "Dejemos a nuestros ojos buscar un punto imaginario en la punta de la nariz... Sin forzar... La relajación en la zona de la cabeza es real... Todo se distiende...Tómense un instante...Perciban el cambio..."

Rocío pretende aflojarse. Desafío inútil. Una estaca, de cabeza a pie. Logra soltar las manos. Las tenía apretadas, cerradas. Hundidas en la palma, como estrangulando mentalmente a Nazareno. Solo que Nazareno, en ese preciso momento, está lejos. En una playa caribeña, acariciando a una perra colorada. Toma sol con un traje de baño estimulante que no desdibuja para nada los encantos de las partes pudendas del galán recientemente extraviado.
La alumna busca reacomodar la zona baja del cuerpo. Algo tibio se mueve entre sus muslos. Un tacto imaginario y vergonzoso que la humedece sintiendo al ausente. Enrojece, se controla y manda a la mierda al de sus desvelos. En el desvarío, pierde el recorrido del ejercicio en más de medio cuerpo. La envolvente vocecita de Marina la conecta con la espalda.

" — Tomen contacto con la espalda...Imaginen dos manos amistosas... apoyadas en sus hombros...Las dos manos masajean los músculos hacia abajo...en dirección a la cintura...suavecito…Elongan la rigidez de la musculatura de la espalda... Tómense un instante...Perciban los cambios..."

— ¿Se llama así...Nazareno?—. La hermana mayor de Rocío pregunta y frunce la nariz. La hermana de Rocío vive con la nariz fruncida. Es abogada, gana bien, se compra pilchas caras y pretende casarse con el jefe. Claro, cuando él consiga divorciarse, o los chicos sean más grandes, o la esposa aprenda a vivir sola. Sanata bien conocida y jamás aprendida por mujeres embelesadas, postradas de rodillas.
— Si. Así se llama, y me gusta—. Si se enfrentan, Rocío se cala la coraza. Es menor y menos avispada. A veces, se atraganta con lo que quiere replicar y no le sale. Si la agrede, como ahora, los dientes de la hermana que aparecen con la ironía, son cuchillitos dañinos dispuestos a masticarla.
Sin mirar a Rocío, pega un lengüetazo al helado de crema. Coloca el marcador en el libro que le regaló el jefe — amante con anillo de otra — dispuesta a ponerle la tapa a esta giluna.
— Se jugaron los viejos con ese nombrecito... Apostaron a un santo...y el pato les salió gallareta—. Mira el cono de helado como si contemplara una obra de arte, para seguir con el chupeteo del dulce, muy campante.
— Apenas lo viste tres veces y ya tenés un juicio formado... Increíble. Parece que nadie perdona a Nazareno por ser como es, buen mozo y para colmo, inteligente...
— Buen mozo es. Inteligente, no creo. ¿Empezó y dejó tres veces la universidad, no?... Y no hablemos de fidelidad. Se lleva tiradas, según se pavonea con sus amigos, a todas las que lo van tentando...Parece mentira que seas tan tonta…O ciega — La hermanita es capaz de apuñalarla manteniendo la mirada angélica y la voz congelada. No pestañea. La enfrenta con rigor de hermana mayor.
Rocío pega media vuelta. Prefiere seguir sorda y ciega, antes que perderlo. La hermana tiene razón. Solo que equivoca el tiempo. Todo el pasado de Nazareno yendo y viniendo de una chica a otra, es eso. Pasado. El encuentro de ellos en la cancha de tenis, marcó la nueva etapa. El solazo sobre sus cabezas. La sed. Y él, que aparece con una botella de soda y una pajita para compartir la bebida Se aproxima. Sonríe, y los ojos oscuros, encierran a cadena perpetua los de ella. El famoso “toque” los enlaza en un minúsculo instante. La elige a ella. Cuando las gradas desbordan de gatubelas lacias, provocativas, que lo quieren engullir entero, vivito y coleando. El, como si lloviera. Atento a su risa. Gritando juntos el logro del equipo de amigos. Ese es el presente. Para ambos. Lo de las carreras empezadas y abandonadas, también es cierto. Harto de los desencuentros del hijo con el aprendizaje académico, el padre decidió ponerlo al frente de un negocio de ropa de onda para teen agers, donde este Don Juan se sentirá a sus anchas y él podrá vivir tranquilo, a resguardo de las quejas de su mujer, que defiende a muerte a su primogénito.
Empiezan a verse en público, primero. Nazareno tiene sus recursos: un primo amigo que le presta el ambientito lejos del centro. Una cama enorme. Un baño con tohallas que alguien mantiene inmaculadas. Un equipo de música, que ya suena cuando Rocío, echando miradas hacia los costados, logra insertar la llave en la cerradura. La visión fugaz de su mano con la llave en la puerta, retuerce sus intestinos en plena relajación. La devuelve a la silla y al leve olor a sahumerio que flota dentro del aula…Con Nazareno en todo su esplendor.

"—Por favor…Ahora apoyen la mano derecha en el centro del pecho... Sientan el latido rítmico…Parejo…de su corazón…El corazón bombea rítmicamente... saludablemente ...Están conectados, escuchando a su corazón…Les pertenece...Un órgano vital...Lo alimentamos cuando nos convertimos en buenos respiradores…
Inspiren hondo por la nariz...Retengan en el abdomen el oxígeno el mayor tiempo posible...Sin forzar...Exhalen larga...largamente..."

Nazareno no la planta de un día para otro. La despacha con ausencias justificadas, sigiloso, mientras afianza la relación con la pelirroja. Rocío sabe — porque los siguió con un taxi un atardecer— que la lleva al mismo lugar donde la encontraba a ella. Que cambió velozmente la combinación de la cerradura, harta de reformas. Nueva ilusa enganchada, recambio de la combinación de la cerradura. Nazareno rechaza de plano las escenas patéticas que arman novias desplazadas.
El despecho lleva a la joven a tramar maldades: Regar con kerosén la puerta, para que mueran quemados. No puede comprar un revólver. El dueño de la única armería del pueblo es amigo del padre. Cuanto más la retuerce el odio, mas lejos se halla la manera de vengarse. Pero tampoco puede convivir con esta pena, que le pesa sobre el pecho como una plancha caliente, que vocifera irritada: Nazarenoooo…Nazarenooo. “El corazón que debe mantenerse oxigenado”, como susurra la profe, cuando ella quiere matarlo para dejar el sufrimiento lejos.

"— Con suavidad, aflojen la zona baja del abdomen...Recuerden que este es el centro de las emociones...Suelten tensiones…limpien el abdomen con una gran inspiración…Retengan el aire lo más posible…Cada uno en sus tiempos…Que esta exhalación sea muy larga…Derritan los hombros hacia abajo…
Pensemos en nosotros... En el respeto que nos debemos... Tenemos un cuerpo perfecto... Una mente limpia... Usemos nuestros dones para mejorar en lo personal...Un don inapreciable es el perdón...Piensen en algo o alguien que los haya herido… Vamos a finalizar la clase de hoy, colocando en nuestra mente la idea del perdón...La energía radiante que se abre paso para que podamos perdonar..."

Rocío está más que segura que este ejercicio le está destinado. Marina, además de ser una excelente maestra, intuye aflicciones, miedos, o sabotajes que perpetran sus discípulos contra sí mismos. Rocío es trasparente. Sus sentimientos, obvios para la Instructora. Rocío se visualiza con un hacha afilada. Abandona la idea. La sangre la aterra más que la venganza.
Su pensamiento la devuelve a la cama junto a Nazareno. Él duerme la siestita habitual que sigue – según sus palabras — a la mejor relación de sexo que jamás haya tenido. Recuerda que varias veces ella intentó referirse al tema del sexo.
— No me gusta que te conformes con el sexo—. Rocío se viste la camisa, y calza los pantalones –. Quiero casarme. Formar mi familia. Tener nuestros hijos—. Murmura mirándolo con el amor al galope, en la pretensión de llegar al fondo de esos ojos, renuentes a enfrentar realidades.
— Somos jóvenes—, responde el taimado zalamero, con maullidito de gato casero a la hora de comer. La empuja hacia la puerta, rodeando la curva del pequeño trasero de la chica con habilidad innata. Nazareno no aprendió a cortejar por correspondencia. Ningún hombre engancha a una mujer si no tiene con qué.
Rocío se aquieta. Se acurruca. La desborda la plenitud de pertenecer. De ser parte del proyecto de vida del hombre que ama. El sentido de pertenencia es un artilugio sólido, que Nazareno refuerza cotidianamente, como parte de sus estrategias en el arte de conseguir sexo de buena calidad.

La chica de la última silla en la clase de relajación se atraganta con los mocos y las lágrimas. Habrán muchas pelirrojas, castañas o pardas en la vida de Nazareno. En lo personal, nadie le podrá robar lo vivido y lo sentido. De alguna manera, la voz de su maestra le revela otras verdades: Si sostiene que lo ama tanto... ¿Porqué no se libera y lo suelta, así ambos pueden vivir libremente la vida que elijan? ¿Lo ama, realmente o el despecho es el que le planta la tristeza? ¿Cuál fue el contenido del pasado? ¿Existió en algún momento el futuro? Rocío vaga insomne dentro de una mente vacía de respuestas.
La madre se percata de la hecatombe emocional. Interviene, durante el té, con pensamientos guardados al rescoldo:
— Pero hija...Es mucho mejor conocerlo a tiempo, que soportar el peso de los cuernos el resto de la vida—. Un tiro por elevación.
El padre lee el diario. Súbitamente, tose, se lleva la mano a la garganta y se evapora hacia la cocina a tomar agua, sin mirar a nadie. La insidiosa alusión a los cuernos es de su incumbencia. Recuerda los hechos y recuerda muy bien a la divertida, estrafalaria, fuera de contexto, jovencita llamada Lily Marlene, que le provocó una estocada a fondo. Un relincho machista que viró la veleta de la cansina profesión de marido buenazo a ciento ochenta grados. El recuerda. Su mujer recuerda. ¿Qué habrá sido de la vida de Lily Marlene? Mejor se hace el idiota y sigue con el diario.

"— Este es el momento especial...Nuestro cuerpo, desde la cúspide de la cabeza hasta las plantas de los pies… Está libre de tensiones... La placidez está instalada en órganos... músculos... huesos... La respiración es tranquila y reposada...Los pulmones recambian en los alvéolos inferiores, la sangre venosa para convertirla en arterial...La sangre que nutre hasta la última célula de nuestro cuerpo...La energía generosa de nuestro corazón nos asiste para ejercitar el perdón...
…Visualicen a la persona a la que deseen perdonar...Mentalmente, aproxímense a ella…Busquen el fondo de sus ojos… Acaricien su cabello... Palpen amistosamente sus hombros... Tomen sus manos...Respiren hondo...Exhalen...Cada uno con sus palabras, exprese el perdón...La disculpa... Observen como cambia la situación... Ustedes pueden ser generosos... Han crecido...Están por encima, flotando sobre la persona o la situación que los perturbaba...Sigan respirando... limpien a fondo sus corazones...
Coloquen luz y esperanza donde hubo sombras y dolor...Respiren...exhalen hondo, por favor... Abran los brazos...Extiendan la energía del amor, que es perdón, hacia los confines del universo...A pesar de nuestros errores, el universo sigue al alcance de nuestras manos para nuevas experiencias..."

Rocío es la última en abrir los ojos. Los compañeros y la maestra aguardan, en silencioso respeto. Se despereza. Arquea la espalda. Una débil sonrisa moviliza sus labios. No sabe si el sentimiento de absoluta paz que vive significa que ha desarrollado capacidades para perdonar. Lo que sí sabe, es que está aliviada.

"— ¿Pudieron obtener la gracia de su hermosa energía positiva?"— Marina se refiere al perdón. Ignacio, el de la bicicleta, sacude la cabeza y pide que en la clase próxima, se repita el ejercicio. La novia lo plantó. Creyó que esa sería la madre de sus hijos, hasta que ella salió ganadora en un casting. Ahora aparece en revistas para hombres, chupándose un dedo, el pelo sobre la cara y mostrando un par de redondeces en el frente y la cola provocativa dentro de una tanga más chica que un dedal. No la puede perdonar de golpe. Y lo peor. El ejercicio la situó con tanta realidad dentro de su mente, que casi se levanta y se va.
Ignacio es el único hombre de la clase. Todas las féminas lo entienden. No hay varón, por mas fortachón que sea, que soporte el destete sin aviso previo.
Rocío vuelve al cordón de las zapatillas, tomándose su tiempo. La impresiona su cuerpo. Siente que las dos mitades, antes separadas, se rearmaron como un rompecabezas con sentido propio. El centro del equilibrio físico y mental le fue devuelto. Marina es genial con mayúscula.
Mira con detención el suéter de color blanco. Cuidadosamente, lo coloca contra la luz. Adherido al tejido, encuentra un cabello negro, perfumado a Nazareno. Lo toma por una punta. Le da un ligero beso y lo sopla al vacío. La profe ha recomendado hacer el duelo si persiste la herida. Sale a la calle dispuesta a festejar la agonía del metejón con Nazareno, al que su padre denomina en silencio “el pescado”, porque la cabeza sirve solamente para tirar. Nunca fueron el uno para el otro...Y todo es reemplazable mientras estamos vivos. Punzante hermanita, para defenderla, veía la paja dentro de su ojo, sin querer aceptar el leño que cargaba. Marina dice que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Genial anciana, que resucita a las Rocíos del mundo enseñándoles que el mundo es bueno o malo según sean nuestras opciones personales. Que ellas, sus discípulas son criaturas diferentes. Que deben aprender que de todo lo malo, es rescatable la experiencia que debe ser usada para cambiar la óptica pesimista por la sabiduría de la aceptación.
Rocío se desliza sobre la vereda liberada, como antes de conocer a Nazareno. Los perritos defecadores, olvidados. Las baldosas no agudizan las puntas para hacerla tropezar. El Intendente enrulado la mira desde un cartel colocado en el poste de luz antes de las elecciones. Alguien arrancó pedazos de papel, en la parte baja. Lo único intacto, es la sonrisa, ensayada para que lo voten.
El panorama es otro. Bastaron dos horas, para que lo doloroso malévolo se desanude y comience a partir. Enfrentar el engaño le sirve para levantar la autoestima. En lo personal, la muchacha presiente que para ella, este será un saludable pasado. El sacudón a fondo que le permitió desdibujar a Nazareno como al único hombre sobre la faz de la tierra. Tropezón doloroso, que deja un aprendizaje: Si te enamorás de nuevo, empezá pidiéndole el A.D.N.

Rocío olfatea. Arruga la nariz. El delicioso aroma de los azahares de los cítricos del vecindario impregna el aire. Las flores níveas, perfectas, están asidas a la ramazón. Dentro de una semana, los pétalos envejecerán sin remedio. Rodarán por el piso, ajados, atraídos a un destino marcado. Retornar a la tierra. Alimentar a otros seres, cuya vida depende de su muerte. En las ramas, la gestación del fruto se apresura. Busca la luz. Ambiciona exhibirse. Ser deseado. No tardará en llegar el niño que ensucie su ropa con el jugo dulzón de la mandarina.
Rocío se conoce y no es tonta. Tendrá sus recaídas, sus mutismos y algo de mal humor. Caer de traste desde lo alto del palo enjabonado duele…pero no mata.
Mira el cielo. Tan lejano y tan próximo, si le permitimos integrarse con nosotros mediante una buena respiración. Un ejercicio cotidiano, guiado por una maestra profética, que descubre el momento justo para elegir el perdón como trabajo de un día de finales de octubre. Cuando afuera, florecen los azahares.


Carmen Rosa Barrere

2 comentarios:

  1. Abuela Postiza... este ultimo cuento me suena tan familiar.
    Estan buenisimos.
    Mil Besos.
    Naty

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  2. carmen valió la pena detenerme en tus letras. es un refugio de sentimientos que hace brotar los propios con cada paso. cada nueva situación. vocabulario inmerso en la inteligente pluma de una mujer que proyecta poesía, metáforas que saltan a la fuerza de un corazón pletórico de reconocimiento, relato puntillista, cual pintora de lujo que detalla cada instante como si lo hubiese no sólo vivido, creado, amado, sentido y al final echado de menos. te felicito, tu admirador y amigo
    samuel akinin
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