24.3.10

LA NIÑA DEL FAROL

LA NIÑA DEL FAROL



El maldito – bendito día que mi marido armó sigilosamente su valija, y se desvaneció escaleras abajo, yo bañaba y jugaba con nuestros mellizos dentro de la tina. Fue, con exactitud un día ambivalente: bueno y malo. Todo junto y mezclado. Bendito porque con su fuga delincuente, me libraba de él y de su eterna carroza de ensueños. Maldito, porque el investigador privado que contraté, jamás encontró su rastro, para obligarlo a pagar la manutención de los chicos.
Eso pasó hacen dos años. Me fui tranquilizando con el correr del inexorable almanaque...y con el certificado de divorcio, donde lo declararon: ausente sin aviso. Lo hice enmarcar. Lo guardo en el cajón de la mesita de luz. Un tesoro al que recurro, cada vez que otro inventor de sueños se anima a mis paredes de puerco espín. Jamás volveré a caer en la telaraña bordada con perlas de gotas de rocío de ningún otro charlatán con pantalones.
En una confesión pública, como esta, uno debe ser sincero de cabo a rabo. Yo rozaba los treinta y cinco. Mis amigas especiales estaban casadas y eran madres... Soy buena en mi profesión...pero la soledad de la almohada, la sonrisa “ del otro” en el desperezar mañanero...eso, me era ajeno. Desde el remoto tiempo de jugar con las casitas de muñeca, la parte rosa se me presentaba en el mismo escenario: un hogar pequeño, en el campo. Una chimenea a leña. La cocina oliendo a la miel de la repostería invernal. Los niños ideales correteando sin romper nada, de un lado para otro. El amor de mi vida, desmontado del caballo blanco, hurgando la tierra para sorprenderme, en un atardecer de otoño, con tres macizos de rosales enanos que tanto me gustaban.
Marcelo tenía el pelo entrecano, la piel sonrosada y un par de ojos infantiles, con la consigna de sorprenderse, como un inocente . Y tal vez lo era y la bruja del cuento sea yo. La verdad es que entré en la relación como una yegua desbocada. A él lo bajé de un zarpazo de la cola de su barrilete, lo arrastré hasta el Registro Civil ( donde arteramente, te colocan las esposas) y nos convertimos en marido y mujer. Nadie nos explica, en el fragor del entusiasmo, que las tales esposas tienen una llave y que la llave la esconde el mas vivaracho de los dos. El buenito del cuento, mi Marcelo, era el poseedor del abridor de grilletes.
Se aburrió antes que me diera cuenta, abrumado por esos dos diablillos que requerían un padre de verdad, sólido y estable.
El Marcelo que escribía versos, el que salía a navegar cuando los chicos tenían tos convulsa, el que se dormía como un lirón en las narices de mi respetable progenitor en medio de su discurso político, el que decía que estudiaba y que por una roñosa mala suerte su ronda por la Facultad de Derecho le había consumido doce crónicos años calentando bancos sin conseguir recibirse...Era una fotocopia del que me conmovía hasta el tuétano leyendo, con su voz ronquita, los poemas de Neruda o “ El Viático” de Don José María Pemán. Leyendo cobraba altura, se transformaba en un innegable soñador. Un elitista. Un encantador de serpientes con perfume a sándalo. Un navegador de mares calmos y cielos eternamente azules. Un mar en el que nadie sabía el precio de un kilo de carne, ni qué día vencía la cuenta de teléfono. Tal vez Marcelo era un artista, que a los cuarenta años seguía sin descubrir si era mejor pintar, o esculpir, o actuar en el teatro. La terrible verdad era que mi consorte era un perfecto inútil.
Con mi panza en avance, yo partía corriendo al trabajo, mientras tranquilo, él fumaba su cigarrillo, y miraba de reojo las tapas del libro de Derecho Penal. Ese señor, maestro en dicotomía, fue el que me dejó plantada.
Ya no me duele que me abandonara a mí. Tal vez tenía algo de razón. Menos entusiasta que la que suscribe, a veces me contemplaba y afirmaba: Somos dos buenas personas...pero no nacimos para vivir juntos.
Lo que no perdono, no soporto, es la mirada — idéntica a la suya — de mis hijos, cuando me preguntan: ¿Porqué todos los chicos tienen papá, y nosotros no?
El día que los mellizos cumplieron cuatro años y todos los globos se reventaron y los restos de las dos piñatas yacían desparramadas en el piso, despedí al último de los invitados. Los chicos felizmente, dormían. El cansancio me había vuelto de plomo las piernas y los pies. Encendí un solitario cigarrillo y me dejé caer ovillada en una hamaca. Pensar a fondo es un ejercicio para gente fuerte. Y yo estoy ante ustedes, declarando a calzón quitado mis innumerables agachadas. Esa noche, la resistencia de mis muros cedió. Mis músculos se aflojaron. Mis sentimientos, apretujados, se dieron el lujo de aflorar. Lloré tanto, pero tanto. Con el dolor convulsivo, estertoroso que experimenté la noche que encontré muerto a mi abuelo. Cuando me recompuse, amanecía. De ese fondo de reserva de energía que tenemos todos, saqué a la luz mi consuelo y mi decisión: partir para el campo, al hogar donde habían vivido mis abuelos. Una casa grande, vacía de habitantes. Con una enorme cocina, de cuyo cielorraso colgaba mi abuela la artillería de cacerolas y sartenes que usaba para cocinar para su regimiento en miniatura. Parió seis robustos varones. Uno de ellos, mi amoroso padre.
—osotros tenemos suficiente dinero- mi madre me acarició la cabeza y enfrentó la situación con su admirable sentido común- El viejo Serafín vive con la esposa, en la casita de caseros...El hijo, que se casó, ocupa con la mujer la que fuera antes la sala de juegos...le hicimos algunos arreglos, claro. La joven se llama Natalia. Puede ayudarte con los chicos y los quehaceres...Queremos que te despreocupes hasta que nuestros nietos san un poco mayores.
-Y te llevás la camioneta...tu autito no sirve para el barro del campo- Papá resuelve -problemas irrumpe en la conversación. Todos me dan algo. Mis hermanas. Mi tía. Mi amiga Susi, que desenvuelve con una sonrisa mal intencionada un cuadro donde se lee: “El casamiento no es nada. La ollita es la condenada.” Debo aclarar que Susi fue la única que se animó a alertarme en contra de Marcelo cuando yo me agarré la famosa calentura.
Calzo dentro de los cuartos campesinos como si introdujera los pies en una zapatilla vieja. Todo me es conocido. Cada objeto conserva casi el mismo lugar que solía tener cuando yo era chica. Mis mellizos están fascinados. Tienen un espacioso cuarto para cada uno. Otro, donde desparraman sus juguetes. Es tan grande, que armamos la casita de los indios. Ahora Juan se hace llamar “Pie Descalzo”, y Martín responde, ululando con la mano en la boca, al importante apelativo de “Oso Silvestre “.
Los viajes hasta el pueblo se hacen de rutina. El farmacéutico plantígrado es el mismo de antaño. Ha engordado. Si de joven le costaba desplazarse, la vejez lo obliga a ese arrastrar de plantillas humillante .Mi abuela solía decir: “La vejez y el invierno son antiestéticos”. Que verdad agobiante. Hay muchos negocios nuevos, con caras que no conozco. La plaza, en el lugar de antaño. Remozaron la Iglesia, y un asfalto orgulloso anuncia la prosperidad de los habitantes de la zona.
-La gente está regresando al campo- me explica el hijo del médico de mi familia- Al fin se dejaron aconsejar por los que saben... la soja y el girasol son cultivos especiales para esta clase de tierra...a los precios de mercado, se debe el progreso que estás viendo ...-
El hijo de nuestro médico se llama Hilario, como el padre. Pero no lo invito a comer un asado el domingo por el nombre. Lo invito porque los mellizos, como hechizados, le ruegan que venga.”Nosotros no tenemos papá- dice el taimado Oso Silvestre- y queremos estrenar la pelota de fútbol que nos mandó el abuelo”. Me ruborizo. ¡Tengo derecho a sonrojarme!. A Oso Silvestre se le achica el coraje cuando lo fulmino con mirada de madre de un entrometido, que será reprendido cuando estemos en casa.
Sin aparente atención a mis nervios, el doctor me cuenta que llegó hace poco de Europa, donde perfeccionó sus inquietudes respecto de las complejidades de la medicina clínica. Permanece soltero. Según él, porque no terminó de salir de un enamoramiento equivocado, con la mujer equivocada en el momento inadecuado.
-Tu relación, mas que relación, parece un destrabalenguas, - le digo el domingo mientras revuelvo la ensalada.- Lo mío fue mas sencillo: se las tomó porque la mochila de los chicos le quedaba grande. Nada es eterno. Ni el amor, ni el dolor. Así que hay que vivir alertas.
-Los alertas son para los cuarteles- dice muy sonriente- Me parece mejor dejarse llevar. El vaivén de los hechos termina acomodando todo.
El fin de semana siguiente aparece sin que lo invite.
-Estuve pensando que a los chicos les va a encantar una casita sobre un árbol- ¿Qué te parece aquél paraíso?- Está alejado de la casa...y desde esa rama grande, la vista debe ser espléndida.
Los chicos saltan encantados. Serafín y el hijo, cómplices, amontonan las tablas, traen una buena escalera, y por dos semanas pierdo de vista a mis hijos, a mi amigo y a mis empleados. Lo único que se escuchan son risas, el vaivén del serrucho y martillazos. La mujer de Serafín, sin levantar cabeza, se afana con una escalera de peldaños de madera y sogas para subir a los inquilinos sin que se maten.
-¿Vieron cómo se introduce la mugre debajo de las uñas, sin que nos demos cuenta?. ¿Advirtieron en alguna ocasión que un sujeto desconocido hasta el día de ayer, se vuelve de repente imprescindible para una familia entera?. ¿Alguna dama que me lee oyó el chillido del “alerta”, y se hizo la tonta, como hice yo?-
En lugar de echar a correr, me quedé clavada .A una situación que sostengo no es para mí, con un señor que ni siquiera calcula el tamaño de la taza de mi corpiño. Este momento de debilidad ha de traerme consecuencias, no me cabe ni la menor de las dudas. Sé también, que la vida no es perfecta. Que el que no arriesga, no gana. Creo que Hilario reflexiona por los dos. Lo hizo la primera vez que lo vi, cuando afirmó “que la vida y sus vaivenes acomodaban todo”. Astutamente, metió a mis dos rebeldes sin causa adentro de una bolsa fabricada para compinches especiales. De la misma, asoman la cabeza mis empleados. Cuando cenamos, y lo despido con beso de amigos, empiezo a recelar que se va porque tiene una novia en el pueblo...que no se olvidó de la otra...y lo mas horrible: que yo le intereso tanto como sus cultivos de asquerosa soja. Ya sé. La soja es un alimento fabuloso que reemplaza la carne. Hilario la pondera tanto, que logró esto: que yo la deteste. Si encuentran alguien mas idiotizada que yo, me avisan.
La inauguración de la casa del árbol se hace en tres ocasiones. En la primera, mis hijos ofrecen un horrible mate frío, que comparto con Hilario. La segunda, es con Serafín y familia. Resulta mas elegante. Ya tienen una mesita de madera, y Natalia les fabrica la torta de chocolate que les gusta. La tercera es de fábula. Aparecen mis padres, mi hermana menor y Susi. Se hacen como seis viajes con riesgo severo de vida por esa escalera temblorosa, para subir los regalos y las golosinas que juntó mi familia para estos malcriados.
De repente creo descubrir algo extraño entre Hilario y Susi. ¿O me estoy volviendo paranoica?.De soslayo, creo leer en Susi una mirada de aprobación, destinada a Hilario. Y en otro momento, es mi padre el que hace al médico un gesto como de entendimiento, a mis espaldas. Sorprender a mi padre en algo que parece una confabulación, me desconcierta. Debo tranquilizarme. Se van el domingo. Son tan preciosos estos días de alegría, que me quito de la mente cualquier sentimiento que me aparte de disfrutarlos.
El lunes deambulo por los cuartos. Extraño a mi familia. Las risas y la chispa de Susi, que tiene un repertorio de cuentos de nunca acabar. De repente se pone seria, y frontal como un tanque, me pregunta si Hilario me gusta. Miento. Le miento a mi mejor amiga, usando mi utilísimo señuelo para autoengañarme.
-¿Porqué se te ocurre que tiene que gustarme?..Todavía siente nostalgias por la novia...juega más con los chicos que lo que me habla a mí...y ya me tiene podrida con la soja.
Empieza a caer el sol .Preparo un te con panqueques, y le pido a Natalia que vaya hasta el árbol y traiga a los chicos de regreso a casa..
Natalia entra agitada, las manos sudorosas, el cabello en una sola greña.
-Señora...venga rápido...tiene que ver una cosa...
Salgo disparada. Imagino lo peor. Un brazo roto. Uno de mis indios con un solo ojo...que se yo.
Los tales están asomados a su balcón lo mas campantes. No me miran, ni dan vuelta la cara mientras yo grito y trepo y me meneo en la escalera de sogas.
-Mirá, mamá, dicen a dúo- mirá para allá...y no hagas ruido, por favor...vos tampoco, Natalia.
Nuestro campito tiene como unas cuatro hectáreas. Sigo la dirección de la mano de Martín, y veo, parada en un claro entre los árboles, a una niña pequeña, que mira hacia la calle. Es rubiecita. El cabello largo, termina en tirabuzones. El vestidito celeste parece de tul, ajustado al cuerpo con una cinta brillante, como de raso. Lleva mediecitas blancas hasta media pierna, zapatitos oscuros, y una lámpara antigua en la mano derecha. Parece un angelito .Una representación inventada, como las que colgaban las monjitas del colegio donde hice la primaria. Una aparición irreal, fuera de tiempo. ¿ Una alucinación colectiva.? Pasado el primer momento, mi instinto me dice que debo proteger a mis hijos. Los tengo abrazados con tanta fuerza, que siento cómo palpitan acelerados sus corazones. Nadie habla. Tenemos miedo de la aparición, pero nadie quiere que se vaya. Tengo la sensación que ella pertenece con mas derecho que nosotros a ese lugar. Nos separan unos cincuenta metros. Mis ojos se endurecen tratando de no perderla. De repente, desaparece.
Pie Descalzo me mira con desconsuelo.
-¿Te parece que vendrá otro día, mamá.?
-No lo sé, hijo...no lo sé.
Lo mas notable es que ninguno de los dos se asustó. Su preciosa ingenuidad, intacta, los hace admitir como real y repetible a esa frágil figurita de niña que no puedo definir como un fenómeno consciente. Paso la mano por mis ojos, y vuelvo a mirar. Se ha ido. Nerviosos, los chicos discuten. Natalia afirma que antes de casarse, ella también la vio. Que mucha gente con preocupaciones, cuenta haberla visto. Que aparece para traer luz sobre la gente ciega. Mis hijos sostienen que la pueden convocar a voluntad. Que a lo mejor está interesada en la casita del árbol. Que está solita. Que no tiene familia, ni amigos.
Me cuesta un Perú remolcarlos a la cama, y una cantidad de explicaciones factibles respecto del suceso hasta lograr aquietarlos. Duermo mal. Me levanto al alba, y gateo hasta el balconcito de la casita del árbol. Hay una levísima neblina, una especie de sudario que cubre las copas del bosquecito donde la vimos. Aguzo la vista, pero no encuentro señales de la niñita celeste y su lámpara.
Después del desayuno, instalo a los chicos en la camioneta y vamos al pueblo, a contarle el suceso a Hilario. Me escucha en silencio. Casi con respeto. Mis hijos esperan su palabra. Lo que dice Hilario es “la justa”. No me darán ocasión de discutir.
Mi amigo carraspea, carga a un mellizo en cada pierna, y me mira. Sí, digo bien. Me mira a mi. De arriba abajo. Me inspecciona. Sí, creo que está tomando las medidas de mi busto.
¿Se acuerdan de aquellos doce presos que fueron elegidos para una película con la adrenalina a fondo.? Las cabezas rodaban, apenas empezaba el film, decapitadas. Me agacho a juntar la mía, y espero. Solamente miro a mis hijos. Me sofocan mis vergonzantes obviedades.
-Desde niño, creo en las señales, Miranda. Y nunca me fallaron. Cuando te vi entrar por esa puerta, hace mas de un año, supe con seguridad de vidente, que eras la mujer para mí. La que esperaba. La que Susi, que fue mi compañera de facultad durante dos años, me dijo que eras.- Todo dicho de un solo tirón. Como quien se tira a la pileta sin saber nadar.
-¿Susi te conocía...?.?Porqué nunca me dijiste nada...?...Es terrible...No puedo confiar ni en mi mejor amiga- lloriqueo en un rabieta de proporciones.
-Perdón, perdón...perdón. Nunca me atreví a decirte nada...me parecía que no estabas preparada...- baja a mis hijos de su regazo y se aproxima- también conozco a tu papá...nos vimos en un campeonato de tenis, hace mucho...y a tu hermana.- Nadie tuvo la intención de tomarte el pelo, o mentirte...nos callamos todos, de común acuerdo, esperando el momento...si es que llegaba...-
Abrazo a mis hijos como una náufraga se aferraría a su madero. Estoy enojada. Conmigo. Con el mundo entero .Un mundo plagado de traidores.
-¿Me podés explicar ahora que es eso de las señales?- Los mellizos nos miran, entrecruzando uno que otro pellizcón. Claramente me llega el murmullo que Pie Descalzo vierte en la oreja de Oso Silvestre. Están como en el cine. Esperando que el telón se abra.
-Cuando te fui conociendo...y enamorándome...tenía miedo que no te gustara el campo. Que un buen día decidieras volver a la ciudad...que esta chatura campesina te aplastara...no sé. Creo que lo que tenía era pánico. Miedo de enamorarme de nuevo...- Me toma con firmeza el brazo. Parece que lo asusta que me escabulla, como la aparición de la niña.
-En cuanto a la chiquilla con la lámpara...es una leyenda, tal vez un mito, o una realidad fantástica, que aparece y desaparece...A veces por años nadie la ve. Lo que si se sabe , es que trae un mensaje: “No te alejes de este lugar. Aquí serás feliz.”. En otros casos, la gente lo interpreta así: “No importa lo que diga el doctor. Tu marido se salva.” En un momento crítico, como el que atravesamos, Hilario no pierde el sentido del humor. Tiene desarrollada la fabulosa capacidad de burlarse de sí mismo.
¡Como me gusta este hombre! Amores compartidos. Mis hijos lo besan. El los abraza. Me rodea la cintura, y soy yo la descocada entusiasta, que no aprende, la que no lo suelta.
Susi, la Celestina, es nuestra madrina. Mi padre hace un acto de contricción, regalándonos un mes en Inglaterra- donde según afirma- muchos castillos tienen fantasmas que no se mueren, como el de Canterville.
Mis hijos siguen sus estudios cerca de mis padres. Lo primero que hacen al llegar, cada verano, es treparse a su hogarcito del árbol, rastreando la fábula de la niña vestida de celeste, con una lámpara antigua en la mano derecha. Me cuesta dejarlos marchar. Debo recordar a la madre osa de la película de Disney. Parió sus hijos en la selva. Los amamantó con amor, y les enseñó, con paciencia y celo los peligros del entorno. Cuando los sintió maduros, los miró con una larga, detenida mirada maternal, y los dejó para que aprendieran a sobrevivir sin protección
Hilario me estrecha en esos brazos anchos, donde cabemos todos.
-Nuestro hijos son como pájaros, Miranda. El verdadero amor es este: permitirles volar, para que archiven sus propias experiencias. Las nuestras no les sirven, como no nos sirvieron a nosotros las de nuestros padres.- Así que pongamos buena cara...Te juego una carrera hasta aquél álamo de atrás...el que llega cola, le toca cocinar.


CARMEN ROSA BARRERE

1 comentario:

  1. Carmencita,,,,, que más se puede decir a una mujer con tanta sabiduría y trayectoría cómo vos .. nos queda la admiración y el ejemplo fuentes fundamentales para la vida,,, de todo aquel que quiere trinufar,,,, TE QQUIEROOOOOOOOOO

    AMIGA RECUPERA,,

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